El tiempo nos da la razón a quienes  afirmamos que, tras el violento desalojo marroquí del campamento de Gdaim Izik,  el pasado 8 de noviembre, y los disturbios que después se produjeron en El  Aaiún, nada volvería a ser igual en términos de convivencia en el Sahara  ocupado. Los siete muertos y múltiples heridos producidos el 25 de septiembre en  Dajla, nuestra antigua Villa Cisneros, en los enfrentamientos entre hinchas de  los equipos de fútbol Moulouidia, el local, y Chabab Al Mohamedia, el visitante  procedente de dicha localidad próxima a Casablanca, que se han extendido durante  tres días y han conllevado destrozos en bienes públicos y privados en Dajla como  en el otoño ocurriera en El Aaiún, así lo atestiguan.
Marruecos quiere hacer creer al mundo,  y en buena medida lo consigue, que su propuesta de autonomía para el territorio  que ocupa desde el otoño de 1975 es más que un paso adelante en términos de  concesiones y de generosidad, pero la forma estática con que gestiona la vida  cotidiana en dicho territorio nos muestra lo contrario. Es como si no quisiera  darse cuenta de que todo cambia, de que nada es inamovible y de que, por  supuesto, su gestión política y administrativa no es tan perfecta como sus  autoridades creen. El campamento de Gdaim Izik fue, aunque a Marruecos no le  guste oírlo, el verdadero punto de arranque de las revueltas árabes, entendiendo  estas como fenómenos sociales de contestación de una envergadura suficiente como  para ser significativos. El campamento se comenzó a establecer el 10 de octubre,  pronto hará un año, y durante casi un mes - hasta su desmantelamiento por las  fuerzas del orden marroquíes el 8 de noviembre - fue escenario de protestas en  el que entraban y salían personas llegando a albergar en algunos momentos a  hasta 20.000 personas. Aún se discute cómo las autoridades ocupantes permitieron  que se organizara y que se mantuviera aquello, si se les fue de las manos o si  algún sector de estas permitió su constitución para poder utilizarlo como medida  de presión hacia Rabat y hacia Palacio. Aún hay una veintena de los saharauis  detenidos entonces que esperan en la cárcel de Salé, en la capital marroquí,  para ser procesados. Después de Gdaim Izik vino lo de Túnez, un mes después, el  17 de diciembre, pero las 20.000 personas concentradas en las afueras de El  Aaiún, sus reivindicaciones, la cobertura mediática que aquello tuvo, la  disolución violenta del campo y los enfrentamientos posteriores en la capital  del Sahara ocupado son imágenes que recorrieron y recorren el mundo y que han  creado un precedente, son una referencia de cambio como ahora  confirmamos.
El régimen de Rabat presume ante sus  valedores de las rondas negociadoras que mantiene con el Frente Polisario en  suelo estadounidense. La última, que hace nada menos que la octava, tuvo lugar  del 19 al 21 de julio, de nuevo en Manhasset y de nuevo culminada en fracaso, y  enarbola un plan de autonomía que varios estados occidentales, que se esfuerzan  poco por comprender la situación o que simplemente han optado por Marruecos en  esta partida, bendicen como una muestra de la buena voluntad marroquí. Pero el  problema para Rabat es que, si bien en la concentración de Gdaim Izik lo que  había eran reivindicaciones sociales - y el Frente Polisario ni estaba ni se le  esperaba -, ahora en los choques de Dajla las banderas polisarias han aflorado.  Las hinchadas de los dos equipos se han enfrentado violentamente, algo que pasa  en muchos sitios, pero la aparición de dichos símbolos políticos demuestra que  hay mar de fondo en términos de hartazgo social y de exigencias insatisfechas.  En Dajla dos de los siete muertos han sido policías, otro un saharaui y el resto  marroquíes del norte, datos estos que - como ocurriera en noviembre con la  muerte de 13 personas, 11 de ellas policías - da muestra de la ira acumulada por  la población de origen saharaui. Es evidente que no viven tan bien bajo la  ocupación como Marruecos ha intentado - y en buen medida conseguido - hacer  creer al mundo, y aunque Rabat eche mano, como hace siempre, de la explicación  fácil de que todo es una manipulación de los "terroristas" separatistas  saharauis y de sus valedores argelinos, las evidencias están ahí.  Enfrentamientos como estos en Dajla, entre población autóctona y "colonos"  marroquíes, se habían producido antes, la última vez en el pasado febrero, pero  no habían producido muertos. Ahora, tanto Marruecos como los muchos que insisten  hasta la saciedad en que este Reino está al margen de revueltas e  inestabilidades, y es el modelo a seguir con su reforma constitucional en marcha  y su estabilidad social, quizás tengan que esforzarse por enriquecer su  simplista aproximación. Han pasado años, incluso varias décadas desde aquella  Marcha Verde que nos desalojó del Sahara Español, y ya hay varias generaciones  "conviviendo" sobre el mismo territorio: unos son saharauis originarios que se  quedaron, pero que tienen parientes en Tinduf o en Mauritania; otros son  marroquíes de los que se quedaron entonces; y otros son marroquíes que han ido  llegando en oleadas posteriores. Difícil es ya hablar de tan sólo dos bandos,  pues las identidades, las fidelidades y las aspiraciones de unos y otros van  evolucionando con la vida, desdiciendo con cada amanecer el simplismo de  Marruecos y de su plan de autonomía. Este último es para muchos irresponsables  la mágica solución a un conflicto que no quiere entenderse y, en consecuencia,  que se prefiere dar por solucionado.
Carlos Echeverría
Fuente: ateneadigital.es/  
 
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