A los presos políticos encarcelados por el anhelo de un Sáhara liberado y a toda una sociedad doliente y admirable por tantas cosas
En estos días pasados, y con menos relevancia de la que cabría de esperar, se ha cumplido el primer aniversario de un suceso llamado a perturbar y conmover el panorama político de nuestro tiempo, nacido a partir de un hecho concreto, singular, humilde, aparentemente poco trascendente. Un acontecimiento nada relevante para los medios de comunicación y la opinión pública a nivel planetario. Nos estamos refiriendo a la construcción y levantamiento del campamento de Gdeim Izik, en el Sáhara Occidental, y su posterior y brutal desmantelamiento por parte de fuerzas militares y policiales del Reino de Marruecos. Un ejemplo y un símbolo al que se ha pretendido restar significación e importancia en favor de la trágica autoinmolación del joven tunecino Mohamed Bouazizi en quien se ha buscado personalizar el chispazo inicial de todo un clima de protestas indignadas de la sociedad civil en todo el mundo contra la carestía impuesta por el capital especulador y ante la falta de adecuación de los sistemas políticos y los instrumentos reguladores de la política económica para la resolución de los problemas y necesidades contemporáneos; siempre orientados a favor del privilegio y la ganancia de unos pocos y casi nunca en beneficio del conjunto de la sociedad.
En nuestra particular épica de la contemporaneidad, el ejemplo de la inmolación individual frente a la implacable mecánica del impersonal sistema se prefiere y afirma con respecto a aquel otro en el que se resalta la autoafirmación colectiva frente a los manejos y la arbitrariedad del poder. Dos modelos o prototipos de lo heroico que nos hacen relegar, ante semejantes ejercicios de veneración idolátrica, el sacrificio hondamente humano, la desesperación, la voluntad de resistencia y hasta el lamento que se esconden detrás de eso que llamamos valor y que no es sino voluntad resolutiva y reivindicación de la propia dignidad. Ambos con un valor más seductor y autocomplaciente que verdaderamente estimulante y movilizador. Y que tratan de acogerse a una “crítica” de los mecanismos anónimos del mundo contemporáneo más que a una denuncia efectiva de las acciones llevadas a cabo por los poderes fácticos y a la consiguiente identificación culposa de sus concretos responsables.
Campamento de la Dignidad llamaron sus vecinos y vecinas, integrantes de un pueblo minúsculo e ignorado pero rico en valores básicos para la construcción de la comunidad y el ejercicio de la convivencia, instrumentos básicos de toda organización sociopolítica, a este asentamiento. Levantado contra la voluntad de las autoridades y la violencia y el control represivo de las mal llamadas fuerzas del orden público se constituyó en una demostración incontestable de la existencia real de un pueblo ninguneado e ignorado por las Naciones Unidas pero convocado y reunido, para la ocasión, en base a una actitud reivindicativa y exigente, autoafirmativa y autodeterminante, de carácter pacífico y plena y orgullosamente cívico.
Ese mosaico de tiendas y asiento de una ferviente esperanza que entonces levantaron se vio acosado e intimidado, presionado y cercado de forma creciente, en busca de una cansada y resignada rendición. Se limitaba la llegada de agua y alimentos, se dificultaba el paso de medicinas o se impedía la entrada de los periodistas, limitando el derecho a la información. Un clima que no hizo sino crisparse y aumentar hasta producir la muerte, por disparos procedentes de una unidad del ejército marroquí, del niño de catorce años Nayem El Gareh, fruto de una situación denunciada por las organizaciones no gubernamentales y el movimiento solidario ante el silencio cómplice de los responsables políticos de toda la comunidad internacional. Hoy sabemos que ese mutismo y esa indiferencia propiciaron el violento desmantelamiento del campamento y la consiguiente y brutal coacción sobre toda posible reivindicación o protesta. Había culminado un proceso de ininterrumpido crecimiento de la tensión que el mundo se permitió ignorar de forma irresponsable e insensible y que la mayoría de los medios se encargaron de minimizar hasta su anunciado holocausto.
Aún hoy, a un año de esos acontecimientos, las cárceles de Marruecos retienen a un número considerable de prisioneros políticos y de opinión saharauis entre los que un número de veinticuatro son detenidos en relación con el campamento. Actualmente se hayan en su segunda semana de huelga de hambre, reivindicando su inocencia de todo delito como no sea la defensa de sus derechos individuales y colectivos, el reconocimiento de unas condiciones de vida dignas y respetables dentro de la prisión y su puesta en libertad o su presentación a juicio ya que llevan un año en prisión, sin cargos. En una resuelta protesta contra la decisión de su procesamiento por tribunales militares cuando su condición y la naturaleza de sus reivindicaciones han tenido y tienen un carácter plenamente civil. Solidarizarse con ellos de forma continuada y hacernos eco de sus protestas t reclamaciones debería de ser nuestra contribución a la ruptura de esos silencios culpables a los que nos tienen acostumbrados nuestros representantes, en su constante mirar hacia otro lado.
El universo ha seguido girando de modo implacable y la esperanza truncada en Gdeim Izik pareciera haber germinado y brotado en otras explosiones reivindicativas que han jalonado los diferentes mundos y continentes a lo largo de estos meses. Las llamadas revueltas árabes, crecientemente instrumentalizadas por los intereses de los países del primer mundo, y los movimientos de indignación, promovidos por quienes se sienten defraudados o marginados en el mundo occidental, han promovido un estado de ánimo en el que surgen renovadas esperanzas que, ciertamente, aún es muy prematuro poder evaluar a partir de sus inciertas e incipientes consecuencias.
Unas lo han hecho a partir de la apropiación colectiva del ágora, de la plaza como un espacio público de encuentro y su conversión en marco de la reivindicación y la protesta. Otros mediante la instauración de campamentos provisionales, una evocación inconsciente de las fórmulas de una esencial lucha por la supervivencia creada por estos nómadas modernos, en los que vivir y construir nuevas formas de relación desde principios y valores que contestan o impugnan a los vigentes.
Y todos ellos deudores de una protesta aparentemente minúscula, expresión de una decidida afirmación identitaria y de la reclamación de unos derechos elementales y básicos. Una llamada de atención ligada a un contencioso que malvive, o malmuere, en un contexto de pendiente y tardía descolonización. Y que, un día, fue esperanza de un pueblo; después dolor y frustración y miedo; y hoy confianza afirmada en una dignificación contruida día a día, frente a la violencia y al terror. A la que todos y todas deberíamos de admirar y de la todas y todos deberíamos de aprender si no nos avergonzásemos por el hecho ignorarla.
Desde aquí, en esta hora, alzo mi voz en su nombre para que la historia, que es suya y también nuestra, y debe ser de todos a la vez, no los siga castigando con su indiferencia y su silencio. Solo así, cuando cada cual tenga lo que le corresponde y todos y todas la posibilidad de compartirlo, germinarán y crecerán las simientes de la esperanza.
Brahim Sabbar, Secretario General de la ASVDH (Asociación Saharaui de Víctimas de Violaciones Graves de los Derechos Humanos cometidas por el Estado marroquí)
Santiago Jiménez, Miembro de la Permanente de CEAS-SÁHARA (Coordinadora Estatal de Asociaciones Solidarias con el Sáhara)
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