Recojo un interesante artículo publicado en "Público" por David Bollero que refleja el carácter "caciquil" en que se ha convertido el Consejo de Seguridad de la ONU. Lo fundamental para mantener un régimen no es atenerse a la legalidad internacional y cumplir los compromisos internacionales referidos a derechos básicos de las personas, lo esencial es tener un "padrino" al menos en alguno de los cinco miembros permanentes con derecho a veto. Este comportamiento ha llevado a la defensa "selectiva" del derecho internacional. Se apela a la justicia universal cuando el país implicado está del otro lado pero cuando es un estado afín se aparca este principio universal en base a unos supuestos "intereses". ¿Quién comparece ante la justicia internacional? El que no tiene apoyos.
Realicemos un juego de ficción y imaginemos que un país del Consejo de Seguridad presentase una "Resolución para el apoyo de la libertad y la democracia en el mundo árabe y en defensa de la protección de los derechos humanos ". Una proposición de carácter global que tuviera como requisito la obligatoriedad de votarla completa y no por partes. Esa propuesta de resolución contemplaría entre otros asuntos :
-Sanciones económicas y políticas para el régimen sirio.
-Reconocimiento de Palestina como estado.
-Sanciones económicas y políticas para los mandatarios de Bahrein y Yemen.
-Proposición de alto el fuego que paralice la guerra civil en Libia y búsqueda de un amplio acuerdo para el futuro de este país.
-Atribuir competencias a la MINURSO (Misión de Naciones Unidas para el Referéndum del Sáhara Occidental) en materia de vigilancia y protección del Derechos Humanos en el Sáhara Occidental.
Resultado: Todos los miembros permanentes por alguno de los puntos citados vetaría la Resolución.
El teatrillo de la ONU
Una de las máximas de las teorías neorrealistas de las Relaciones Internacionales -de la que se deriva, precisamente, el nombre de este blog- es que el mundo está determinado por la anarquía del sistema. Suena contradictorio, pero es así: no existe ningún orden global que marque los designios de las Relaciones Internacionales. Son los países, movidos por sus ansias de poder para asegurarse la supervivencia, los que marcan el devenir mundial. En cosencuencia y según las circunstancias, lo que hoy es blanco, mañana será negro, sin atender a criterios de justicia u honestidad, sino a meros intereses particulares. En cosencuencia, de nuevo, la utilidad real de las instituciones mundiales es más que cuestionable, porque en el fondo, no son más que otro teatrillo en el que las marionetas de cada país barren para casa en lugar de pensar en el interés común.
Y eso nos lleva a la ONU y, más recientemente, a cómo Rusia y China han vetado en el Consejo de Seguridad que la ONU intervenga en Siria. La Unión Europea (UE) y EEUU han puesto el grito en el cielo, pero no es muy diferente de lo que ellos han podido hacer en otras ocasiones. Sorprende escuchar al embajador francés en la ONU, Gerard Araud, calificar al veto de “rechazo al extraordinario movimiento en favor de la libertad y la democracia que es la Primavera Árabe”, cuando su país ha sido el único que ha puesto freno con su veto para que la MINURSO, la misión de paz de la ONU en el Sáhara Occidental, vele por el respeto de los Derechos Humanos en la región. Precisamente estos días en los que Javier Bardem, uno de las grandes defensores de la causa saharaui, da la cara por este pueblo ante la Comisión de Descolonización de las Naciones Unidas. Vaya por delante el agradecimiento, a sabiendas de que no servirá de nada desde el punto de vista político, aunque no por ello hay que desfallecer en denunciar las injusticias porque cuando el triunfa la resignación ante los poderes mercenarios, ya no queda esperanza.
Pero la ONU no sirve, no tiene poder y hace años que adolece de la necesidad de una reforma interna colosal, comenzando por sus corruptelas. Si uno lee al colega Frattini en “ONU, la historia de la corrupción”, se escandaliza hasta límites insospechados, descubriendo cómo peces gordos como Boutros-Ghali llegó a nombrar a 24 vicesecretarios generales -algunos de ellos ni siquiera pisaron una sola vez la sede de Nueva York-, a pesar de que sólo tiene derecho a nombrar a nueve. Por citar un ejemplo. Pero es que no hace falta irse tan lejos para comprobar que cualquier que tenga un mínimo de decencia se ve obligado a dimitir cuando le toca trabajo de campo. A la mente me viene Bastagli, el que fuera representante especial de la ONU para el Sáhara Occidental (2005-2006), que dimitió ante la inoperancia de la MINURSO en la oleada de violencia en El Aaiún por parte de Marruecos en diciembre de 2005. Esa es la diferencia entre un Bastagli honesto y un Edmond Mulet, jefe de la MINUSTAH (Misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Haití), que regresó en mayo de este año a su cómodo sillón de la subsecretaría de Operaciones de Mantenimiento de Paz, en plena crisis por los brotes de cólera, asegurando que estaba “muy contento y satisfecho del trabajo realizado” y calificando a Haití como “uno de los países más seguros de la región”.
No se dejen dar lecciones por quienes no predican con el ejemplo. Esto es aplicable para su comunidad de vecinos, para el Gobierno de su país y para el supuesto orden mundial. Son los poderosos quienes mandan, siempre barriendo para casa y sacrificando cuanto sea necesario para ello. O arrimando el ascua a su sardina. Pero, ¿qué pasa si el ascua se apaga, como de hecho se está apagando? Quizás, y no sin muchos sacrificios, sea lo único que saquemos en limpio de esta puñetera crisis.
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