Cinco países árabes -Marruecos, Emiratos Árabes Unidos (EAU), Catar, Jordania e Irak- respaldaron ayer con su presencia en París la constitución de una coalición que, encabezada por Francia y Reino Unido, intenta, en el fondo, impedir la victoria de Muamar el Gadafi.
Todos ellos son grandes aliados de Estados Unidos y con su participación velan más por sus propios intereses que por acabar con la que ha sido hasta ahora la peor dictadura en el norte de África. Su aportación militar concreta a la coalición, que aún no ha sido desvelada, será probablemente escasa porque carecen de medios para proyectar sus fuerzas.
Entre los 22 países de la Liga Árabe, dos, Argelia y Siria, no se sumaron al apoyo que la organización dio, la semana pasada en El Cairo, a la instauración de una zona de exclusión aérea sobre Libia que impida a la fuerza aérea de Gadafi bombardear a los rebeldes. Ahora son 17 los países miembros de la Liga que no han querido integrarse en la coalición surgida tras la aprobación, el jueves por la noche, de la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU, que autoriza a defender a los civiles libios.
Marruecos es el único del Magreb que se apuntó a la cita de París enviando el viernes por la noche a su ministro de Exteriores, Taieb Fassi-Fihri. Siempre ha intentado ser el país magrebí con la relación más estrecha con Europa y EE UU. Confiaba en que esta amistad le diera réditos en el Sáhara Occidental y le afianzara frente a Argelia, su eterno rival, cuyo Gobierno se limitó a "tomar nota" de la resolución.
Las autoridades marroquíes han permitido la celebración de las grandes manifestaciones del 20 de febrero, pero han reprimido con fuerza otras menores esta misma semana y, sobre todo, desmantelaron violentamente el campamento pacífico erigido en octubre en las afueras de El Aaiún por miles de saharauis para exigir mejoras sociales.
Marruecos incurre en una leve contradicción entre su repulsa de Gadafi y su actuación en el Sáhara, pero esta es mucho más flagrante en el caso de los EAU y de Catar, dos de los países más ricos del Golfo Pérsico. El primero respaldó militarmente, junto con Arabia Saudí, a la monarquía suní de Bahréin, que reprime con ahínco una rebelión de la mayoría chií.
Catar no ha enviado aún tropas a Bahréin, pero tiene la intención de hacerlo y forma parte del Consejo de Cooperación del Golfo, que avala la intervención amistosa en Bahréin para poner fin a la revuelta. El jeque Hamad bin Jalifa al Thani, que gobierna Catar, acoge y financia sin embargo en su emirato a la cadena de televisión Al Yazira, que juega un papel destacado en las revoluciones árabes.
"En Bahréin la insurrección corea los mismos eslóganes que los rebeldes libios", se indigna el bloguero argelino Brahim Senouci, pero Occidente, incluida la ministra española de Exteriores, Trinidad Jiménez, ve con buenos ojos la intervención saudí y emiratí para acallar las protestas. El doble rasero salta a la vista.
Involucrándose en la coalición, los EAU y Catar buscan, según fuentes diplomáticas, demostrar a Occidente su lealtad para después tener las manos libres en su área de influencia, si las protestas se recrudeciesen, y contar también con su pleno apoyo en caso de enfrentamiento con Irán.
El Parlamento iraní ha denunciado la represión de la mayoría chií de Bahréin, que acaso mañana se extienda por el noreste petrolero de Arabía Saudí, también poblado por fieles de esa rama del islam. Irán es también mayoritariamente chií.
Fuente El Pais
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